Microrrelatos de Navidad






La cena navideña y su circunstancia

Sergio Astorga (México-Portugal)

Las copas cintilaban en sus inmaculados cristales. Los cubiertos de plata de ley bien dispuestos a un lado de la vajilla contrastaban con las servilletas deshiladas formando flores de noche buena. Los vinos. los fruteros y las veladoras rojas daban la sensación de una íntima algarabía por venir.

El gran reloj de pared marcaba diez minutos para las once de la noche. Todos estaba en su sitio. Sólo faltaban las personas, esas de buena voluntad. Se atesora la esperanza de que algún día llegarán.


Esferas navideñas

Fueron llegando desde el dos de diciembre. Primero fueron las verdes. Cuatro cajas de doce esferas cada una, de inmediato sacamos el árbol de su caja y muy contentos colocamos las esferas. Mamá nos regañó. Primero las luces, nos dijo. Juana y yo las pusimos rápidamente. Nos gustaba nuestro verde con verde. Después llegaron las esferas azules. Las colocamos sin esfuerzo. Las amarillas las pusimos ya con dificultad, nuestro árbol es pequeño. Ya no teníamos esperanzas de tener rojas pero llegaron el cinco de diciembre. Las colocamos en los huecos que quedaban. Satisfechos mirábamos y mirábamos nuestro pequeño y repleto árbol de navidad.

Ya no sabemos qué hacer, siguen llegando esferas y esferas de todos los colores imaginables, todas redondas y del mismo tamaño. En el árbol ya no cabía una esfera más, así que las fuimos colocando a su alrededor. Fue inevitable cubrirlo, ya no lo vemos pero sabemos que está ahí detrás de todas las esferas. Hemos tenido que hacer algunos cambios. Las esferas seguían llegando. Así que llenamos la sala de estar y el comedor. Ahora dormimos al final del pasillo. Por fortuna no hemos partido ninguna. Mamá dice que partirlas es de mala suerte. Lo que nos preocupa en realidad es que ya no tenemos paso a la cocina.

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El final de la infancia

Ginés Cutillas (España)

En el colegio lo tenían claro: los regalos de Navidad eran cosa de los padres. Pablito decía que no, que en su casa era Papá Noel quien traía los regalos en Nochebuena. Estaba tan seguro que los apostó todos con los amigos.

Aquella noche, agazapado tras el árbol, esperó con la pistola de su padre entre las manos a que apareciera un año más el hombre de rojo. Sonreía mientras imaginaba la cara de sus compañeros al día siguiente delante de los calcetines vacíos.


Los cazadores


Como manda la tradición, entran por el balcón tras comprobar que los padres están ya dormidos y se despliegan por el salón a toda velocidad. Mientras Gaspar coloca las cajas vacías con atractivos lazos rojos, Baltasar extiende la trampa y Melchor prepara el saco.

El niño ya los ha oído. 
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Inútil

Fernando De Gregorio (Chile)

El Viejo Pascuero se toma otra copa de coñac, sintiéndose inútil. Es noche buena, y todos los regalos ya fueron comprados por los padres.

Maquillaje


Santa, al igual que muchos pascueros en nochebuena, se pone su traje con relleno en la barriga, su barba postiza y colorete en las mejillas.

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Nochemala

Leonardo Dolengiewich (Argentina)

Entusiasmado y confundido por la lectura de La Odisea, el niño hace una libación en honor a Jesucristo. La realiza el 24 de diciembre, justo antes de la cena. Cegado por la exaltación que lo inunda, derrama todas las botellas de vino y de champagne que encuentra en la casa.


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Epifanía

Luciano Doti (Argentina)

Daniel no creía en eso de la Navidad. Para él todo era parte de un invento de la Iglesia para adaptar al cristianismo antiguas fiestas paganas. Y lo de Papá Noel o Santa, como se lo llamaba últimamente por la penetrante influencia cultural yanqui, un negocio de los comerciantes para incrementar sus ventas. Así que, Daniel aprovechaba esa fiesta para beber y comer, en ese orden de prioridad.

Cuando la familia se fue a dormir tras la celebración de ese año, él se quedó en el sillón del living, hacía ya un rato que dormía ahí y su mujer no quiso despertarlo.

En la madrugada, se le presentó un anciano de barba blanca y ropas de abrigo rojas. Sorprendido, decidió llamar a su familia para que lo vieran, pero se encontraba en un estado en que sus reacciones eran más lentas. En el momento que por fin pudo articular palabra, el visitante ya se había ido. Lo encontraron solo, balbuceando algo acerca de Papá Noel, visita, epifanía...

La mujer lo miró a él y luego recorrió con sus ojos cada una de las botellas vacías. Resignada, le dio la razón.



La muerte en Navidad

Esa tarde, Alfonso se preparó de manera especial. Se bañó y se puso sus mejores galas.

Ya en la noche, sentado a la mesa, comió el pavo relleno que había cocinado su esposa, acompañado por las deliciosas guarniciones y una cervecita bien fría. Luego, tal cual la tradición, bebió la sidra, con pan dulce y frutas secas.

Comenzó a sentirse extraño; el habla del resto de los comensales le llegaba como un murmullo. Entonces, se desplomó.

El resto es muy raro: un gordo barbudo de Laponia,ataviado con ropas de abrigo rojas, lo llevaba en un trineo hacia las estrellas.

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Pedido Navideño

Nélida González (Argentina)


Querido Papá Noel:

Soy Juan, crecí y sé quienes te representan. Durante todos estos años he recibido regalos muy costosos. Mis amigos sienten celos ya que no reciben los mismos obsequios. Pero no saben que yo deseo algo que a ellos les sobra. Mis padres me llenan de cosas materiales y se olvidan que lo que necesito es su cariño; un abrazo, compartir las tareas del colegio, cenar los tres juntos y mucho más. Mi pedido para esta Navidad es que le digas que me siento muy solo. Necesito que dejen de trabajar tanto y que compartan conmigo al menos un fin de semana al mes.

Muchas gracias.

Juan.


No me niegues

Olga salió de compras por la mañana. Los centros comerciales estaban abarrotados de gente, los regalos navideños no podían esperar. Apurada, mientras cargaba las bolsas en su auto no vio que se le acercaba una mujer. La misma le pidió por favor que la llevara a un centro médico, estaba a punto de dar a luz.

—¡Señora, no puedo estoy muy apurada! —respondió enojada.

Tomó su celular y llamó a la emergencia, mientras miraba a la parturienta que se sentaba en la vereda con los ojos llorosos.

Emprendió el regreso a su casa, el semáforo la obligó a detenerse. Un niño se acercó y le pidió una moneda para comprar pan. De mal humor le respondió que si quería pan fuera a pedir a una panadería.

Llegó a su casa y estacionó el coche. Un harapiento caminaba por la vereda, lo miró y sin que el hombre le diga nada expresó:

—¡Ustedes, los indigentes, se lo pasan pidiendo! ¡Ya me tienen cansada!

Con una dulce voz el hombre respondió:

—Quizás algún día me necesites y yo estaré para ayudarte.

Olga le dijo que nunca llamaría a una persona como él y si fuese así no sabría donde encontrarlo.

El hombre con lágrimas en las mejillas expresó:

—Hoy me has negado tres veces. Pero si aún así quieres hallarme, “corta un trozo de madera y ahí estaré, levanta una piedra y me encontraras”.

Al instante desapareció.


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Nochebuena

Dina Grijalba (México)

Es la primera vez que prepara la cena sola. Mientras coloca el pavo en el horno, recuerda innumerables cenas navideñas preparadas en familia, esta ocasión es especial. Abandona la cocina para envolver el regalo que, a pesar de ser caro, decidió comprar, lo pone al pie del pino. Extiende el lujoso mantel sobre la mesa, ahora no hay riesgo de que algún niño derrame la bebida sobre los motivos bordados. Coloca los cubiertos y las copas en el sitio preciso. Prepara la ensalada y el puré. Revisa que cada detalle esté perfecto antes de ir a su alcoba a vestirse. El traje y los accesorios han sido elegidos con cuidado: quiere lucir bella, se maquilla y estrena ese perfume tanto tiempo deseado. Saca el pavo y el aroma a navidad invade la cocina. Mira el reloj y comprueba que es la hora fijada.

Se sienta a la mesa, descorcha el vino y después de cenar se acerca al árbol y desenvuelve su regalo.

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Noche de paz

Ana María Intili (Argentina-Perú)


¡¡Los ángeles cantan Aleluyaaa!! En Cisjordania tanques avanzan…

¡¡Noche de amooor!!! Irak, 231 muertos, en nueva incursión…

¡¡Llega del cielo el resplandooor!!! Bombas napalm estallaron…

¡¡Merry Christmaaas!!


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Acercamientos

Víctor Hugo López (Chile)

Ella palpaba nerviosa las ramas, encontraba húmeda o reseca la bolsa de papel marrón, venían hojas amarillas de cuaderno, escritas por ambas planas, trozos de sacos harineros que tenían marcado labios gruesos con zumo de mora o frutilla, mientras leía y olía cada hoja, acercaba las marcas a su boca. El dejaba ocultas las cartas el día anterior a la navidad, al cumpleaños y cuando se cumplía un mes de haberse conocido, atravesando el pueblo de extremo a extremo. De eso hacen cuarenta años. Con tranquilidad cada mañana ella enciende la pantalla plana pulsándola con el dedo índice, él está esperando, conversan, juegan deformándose las caras y cambiando los contrastes de colores. Él aumenta el volumen de la voz, para despedir a la hija que va saliendo al último ensayo del coro para la misa del gallo , aprovecha de mirar las líneas en la pared, con que se va marcando el crecimiento del hijo, ella le observa la herida por el accidente de la bicicleta, acerca la boca a la pantalla enviándole un beso. El reza quedándose dormido en el otro extremo del planeta, donde no se sabe que son los reyes magos.



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Tarjeta navideña


Diego Muñoz Valenzuela (Chile)

Como bestia se deja caer Jesús sobre el putísimo Viejo de Pascua, dándole de trompadas hasta que se rompe las manos con tanto leñazo y comienzan a sangrarle los nudillos con los signos de la pasión. El viejo de mierda grita y pide socorro, pero nadie viene, porque todos están comprando en los centros comerciales. Jesús le hace tragar la corona de espinas, que la mastique el hijoputa, eso le rechina mientras no para de propinarle un charchazo tras otro. Mercachifle de mierda, retorna a la concha de tu madre, fuera de mi templo, que nunca nazcas, pendejo execrable, a otro lado con tus promesas y tu becerro de oro. Por fin lo aporrea con la cruz, que se vaya a la misma mierda tu navidad de prestamista abusivo, tu mísera fiesta materialista para idiotas. Ahí lo dejé, dándole puñetazos por donde le cayeran al maldito veterano; para mí que se lo merece el cabrón. No lo defendí.


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Retrato de mujer con esperanza

Patricia Nasello (Argentina)

Cuenta el número de paquetes de regalo, nietos, cubiertos en la mesa, portaservilletas con la cara de Papá Noel y porciones de helado. Observa el pino, cargado, sobrecargado, con las luces y los adornos típicos de la ocasión. Roza con los dedos el mantel blanco de hilo paraguayo que su madre usaba cada 25 de diciembre y se sienta a esperar el arribo de la familia.

De no saber lo que sabe, sería feliz.

Sabe que ella es un personaje de ficción. Sabe que un personaje de ficción nunca traspasa su mundo imaginario. Sabe, por lo tanto, que este anhelo entrañable de ver a los suyos vivir la Navidad más allá de estas líneas se encuentra condenado a la frustración. Sin embargo, la esperanza es una perra que nunca suelta la presa.


Natividad


En Belén de Judea nace un niño.

Dioses paganos, héroes legendarios, sirenas, centauros, valquirias, hadas, unicornios, trolls y otras maravillas, tantas, han de morir por su causa. También morirá una cantidad incontable de seres humanos, no siempre inocentes.

Resucitarán, desde luego, del mismo modo leve, espasmódico, en que lo hacen todos los muertos: cada vez que alguien los recuerde, cada vez que alguien los nombre.


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Interrogante

José Manuel Ortiz Soto (México)

Que el viejo Santa Claus apareciera muerto, no sorprendió a nadie: la lista de quejas en su contra era enorme. “Y eso sólo en este pueblo”, dijo el Jefe de Policía en declaración a la prensa. “La pregunta es ¿qué hacía en pleno verano un tipo como él, armado hasta los dientes y con un barco repleto de mercancía china?”.

La foto del recuerdo

—¿Tú eres Santa? —preguntó el chiquillo sentado en las piernas del hombre regordete.

—La verdad, no. A mí me pagan por estar aquí fingiendo.

—Lo sabía. No por nada soy el Niño Dios.

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El Salvador

Cecilia Palma (Chile)

Tenía el pecho grande y la piel suave y oscura. Eran tres, a los otros ni los miré, supe que venían de lejos en busca de un salvador. Sálvame a mí, le dije, entornando mis ojos. Ustedes podrían pensar que los extranjeros me remueven las entrañas, pero no, juro que no, que es primera vez que me sucede. Lo único que quería era perderme en su maraña de vellos y oler su aliento a especias árabes. ¿Qué les puedo decir? La historia es conocida; el moreno siguió su camino, yo me quedé aguardando un regreso que no será y cargando un bulto al que llamaré Salvador.

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Llamado de sangre

Alfonso Pedraza (México)

Nochebuena daba paso a Navidad. La tenue luz de la aurora agredía la visión de un palidísimo Santa quien, al despertar débil y sin su bolso ni gorro, se creyó con tremenda resaca. A pesar del dolor de cabeza, su memoria colocaba frente a sí, la imagen de esa linda mujer esbelta, de rostro níveo, y una linda y rosada lengüita que movía entre dos caninos prominentes.

—Las mujeres, ¡hay!, las mujeres —decía, tocándose el cuello dolorido.

En su oído aún sentía su aliento y esa vocecilla que decía; “tu traje me abre el apetito y mi debilidad son los hombres rubicundos”.

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A las cero horas

Marianela Puebla (Valparaíso- Chile)

Justo a las cero horas de la noche, del día 24 de diciembre, un anciano gordito corría desesperado y desnudo cerca del Mapocho. Se veía muy mal, con un ojo hinchado por un golpe, además de cabellos y barba desgreñados. Pedía ayuda, que alguien detuviera a los ladrones y llamara a carabineros. Hablaba de que lo habían asaltado cuando el semáforo estaba en rojo, algo así como un “portonazo”. Fueron ocho individuos con cara de duendes malos. Lo peor era que podría perder la pega, pues le robaron su trineo, un Lamborghini, sus perros disfrazados de renos, toda su ropa y los bolsones que eran de gran valor para los niños. Por cierto los desalmados, le dieron un combo en el ojo izquierdo, por tratar de creerse el Viejito Pascuero. 

 
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El árbol invisible

María Isabel Quintana (Chile)

Dicen que en un lejano país sureño, los árboles de navidad son invisibles. Dicen que sólo se dejan ver durante los días de nieve. Dicen, los que han tenido la suerte de verlos, que cuando comienza a nevar, aparece primero la punta, y se queda allí, flotando en medio de la nada. Luego los copos van tocando una a una las ramas laterales como si una mano divina las fuera dibujando.

Pegados a la ventana, todos esperábamos ver el milagro. Todos, menos el pequeño Isaías que a causa del cáncer, había quedado ciego.

Los que vivimos en un país de nieve, sabemos que cuando el silencio es absoluto es porque está nevando. Isaías también lo sabía, y mientras los demás dormían, su mano tibia apretó la mía. ¡Mamá! ¡Mamá!, está nevando. ¡Llévame a ver el árbol!

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Pobre niño rico

Susana Revuelta (España)

Entre la habitación de George y el garaje de la mansión de sus padres ya no quedaba sitio para más cachivaches. Allí iban acumulando polvo y oxidándose por la humedad la casa tenía unas vistas espectaculares al lago― triciclos y bicicletas de cuatro ruedas. Pero Santa Claus no tenía en cuenta ese tipo de consideraciones y, pese a que él no lo había pedido en su carta, cuando bajó a desayunar por la mañana se encontró con un todoterreno a pilas que ocupaba la mitad del salón.

Ese día, como cada año, sus padres sacaron un hueco de sus agendas y le llevaron al parque de la ciudad. Antes de darse cuenta, ya le habían acomodado en el sillín de plástico, abrochado el cinturón de seguridad y ajustado un casco de juguete, mientras se sentaban en la terraza del Snack Bar a tomarse unos Dry Martini. «Date unas vueltas alrededor de la pista de patinaje, que te esperamos aquí. Media hora, más no, ¿de acuerdo, George?» dijo su padre programando el reloj digital que el chiquillo llevaba en la muñeca. «En cuanto suene el pitido te vienes para acá». Y pulsando el botón rojo de Start situado a la derecha del volante, se despidió de él. «Diviértete y no te choques, que es un regalo muy caro». Y ya, por fin, pudo sentarse a dar un largo trago a su bebida.

Dos vueltas y media había completado George, preguntándose si se estaría divirtiendo, o si eso era divertirse, o si caerse de culo sobre la pista de hielo era divertido, o qué diversión encontrarían aquellos niños en lanzarse bolas de nieve, cuando sonó la alarma del temporizador. Entonces regresó obediente donde sus padres.

Como siempre cuando le preguntaban si se lo había pasado bien, no supo qué contestar y maquinalmente dijo que sí, que muy bien, como decía siempre que no sabía qué decir.


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Presentes

Patricia Rivas (Chile)


En navidad, Adriana se obsequia Memoria/Sanación.

El papel abraza al Padre detenido desaparecido arrojado a lo largo del Pacífico.

Dispone una cinta rosa a la Madre quien dedicó a la sobrevivencia y jamás pudo abrazarla.

Una vez resuelto el presente se adhiere la hija (de Adriana) al juego pegoteado del scotch, para que reciba una provechosa vida y progenie.

La tarjetita asoma el respiro.


Resplandor

Están aquí.

Ordenaron tragar las grageas fluorescentes que modifican a metal, servimos de conductores eléctricos para iluminación de nuevas estructuras. Tuve suerte, quedé en el apartado árboles de navidad.

Todo degenera, creo en el viejito pascuero Coca-Cola Company.


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Pasión navideña

 

Álvaro Ruiz de Mendarozqueta (Argentina)

Cuando el tío Juan usaba la barba bien larga, solía hacer de Jesús en los actos del colegio y en la iglesia.

Cuando compró un chivo para asar en Nochebuena, lo llevó al pesebre viviente.

Cuando engordó mucho, en parte producto de su adicción al pan dulce, empezó a vestirse como Papá Noel y a reír diciendo jo jo jo.

Cuando la barba se le puso blanca, dejó de usar la postiza; menos calor decía él.

Cuando le explotó el corazón, aquella noche de Navidad, estaba arriba de la tía Clotilde; ella llamó a los gritos porque no podía salir.

Al revés

En la tele están pasando la remanida película norteamericana de Navidad, con niños tirando bolas de nieve artificial, con familias que habitan enormes casas con galerías, tablero de básquet en la entrada de coches y un sótano lleno de herramientas, recovecos y muebles viejos. La iluminación de los ambientes exteriores es demasiado artificial; cuando sale algún adulto al jardín para llamar a los niños, lleva una camisa desprendida. ¿Pero no es que está haciendo un frío de cagarse en esa peli?

No la está viendo nadie, está prendida en el living. Coloco un disco de Credence en el combinado, atruena Rumble Tumble por el pasillo y me reconforta. Odio pasar la Navidad con este calor. Agobia.

Abro otra cerveza y la tomo rápido para que no se caliente. Siento ese mareo leve que me tranquiliza.

Los abuelos está sentados en la vereda; el calor que sube de las baldosas se percibe. Los chicos corren en cueros y descalzos atrás de una pelota. Al fondo la Emilia y el Chungo hacen un asado. Me cambio de ropa puteando en voz baja.

Tito llega puntual en la Siambretta que escupe chispas por el caño de escape. Le digo que la lleve a arreglar y se encoje de hombres. No nos va a dejar a pata dice. Vamos vestidos de Papá Noel para disimular.

Tenemos que buscar los regalos antes de la cena. Partimos raudos al barrio pituco de la costanera. Tenemos fichada a la casa de fácil acceso por el frente. Están todos en el jardín y podemos recorrerla. Salgo con mi bolsa de arpillera llena de paquetes.

Cuando queremos arrancar la Siambretta: nada. Te dije. Se escuchan gritos desde la casa. Corré boludo, corré dice Tito.

Corro mojado por la transpiración durante algunas cuadras; nos detenemos frente a una casa en sombras. Acomodamos las bolsas y continuamos caminando.

Escuchamos a un nene que grita mami hay dos papás noel y no puedo evitar reírme. Viste Tito, no hay con qué darle, con este calor de mierda nos vestimos de Papá Noel.

Dale, no aflojés, que el asado debe estar listo.

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Navidades prometedoras

Carlos Suchowolski (Argentina- España)


–Premiaré a los que se portaron mejor durante el año, que por lo general, je..., son los más rellenitos… –dijo mientras abandonaba la cama.

Afuera, las auroras boreales bailoteaban sobre el paisaje de nieve como los pliegues de un gigantesco telón detrás del cual el mundo se agitaba, preparándose para salir a escena. El sol, ausente allí, en el ártico, durante meses, no tardaría en salir para la mitad del mundo que le tocaba visitar. Así que debía darse prisa porque más que nunca esta vez no podía ser sorprendido por la luz del sol que pronto inundaría las ciudades lejanas que aún dormían y esperaban. Así que procedió a vestirse con urgencia, a ponerse el pantalón rojo, las botas rojas rematadas de blanco, el gorro puntiagudo que acababa en el pesado pompón, blanco también, y por fin la casaca ribeteada. No había razón alguna para cambiar de vestuario sino todo lo contrario. Una sed abrazadora aceleró las cosas –como pocas veces sentía necesidad de un desayuno copioso– y lo empujó a salir, ansioso por ponerse en marcha. Al pasar del otro lado de la puerta vio, como se pretendía, la nota clavada en el exterior y, al leer el breve pero amoroso mensaje que allí le habían dejado, no pudo evitar una sonrisa de satisfacción: “¡Qué tengas un hermoso y suculento día, mi querido gordinflón!”
Sonrió relamiéndose y mesándose la barba tras trepar al pescante del trineo y acomodarse entre las mullidas lanas; se sentía exultante, más seguro de sí mismo que nunca. “¡Vaya mujer!”, se dijo; “¡Esta sí que es una fascinante Navidad!” Y permaneció unos instantes con las riendas flojas en las manos y la mirada perdida en las tinieblas que relampagueaban, soñando con lo que le esperaría a lo largo del resto de la larga noche, antes de la llegada del aún lejano amanecer... y del horrendo verano de seis meses durante el que tendría inevitablemente que hibernar... como... como... como ella...
“¡Vamos, pues...!”, exclamó poniendo a los renos en alerta al tiempo que hacía restallar el látigo sobre los lomos de los animales mientras el ronroneo del ansia en el estómago lo hacía desear volver lo antes posible a los abrazos prometidos. Los morros de las bestias se alzaron al cielo, las cornamentas se inclinaron hacia arriba, y pronto las patas galoparon en el aire separando al enorme trineo del suelo como si fuera de plumas.

Sí, había sido un auténtico golpe de suerte que ella se desviara hacia el norte y cayera a pocos pasos de su casa, herida de plata... Una suerte ser quien le quitara la bala y la alimentara con sus orondas reservas. Era soberbia, sí –y cuidadosa, como le constataba al palpar las dulces cicatrices que ella le había ocasionado–; ¡y esa nota, preciosa, espontánea, pasional, que le dejó en la puerta, escrita con el dedo mojado en la sangre que ella bebiera de él la noche pasada! ¡Oh, sí: la vampira se había enamorado de él!
–¡Arre, arre mis renos..., que hay que repartir muchos regalos entre los más rellenitos!


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Cuento de navidad

Roland Topor (Francia)

Mientras esperaba, escondido detrás de un sillón, al pequeño Henry le latía el corazón muy aprisa. Eran las doce de la noche menos tres minutos. Muy pronto podría sorprender a Papá Noel y arrancarle, a fuerza de súplicas, el vagón correo que faltaba a su tren eléctrico.

Cuando se desgranaron las doce campanadas de la medianoche, trocitos de hollín empezaron a caer en los zapatos que el pequeño Henry había puesto debajo de la chimenea.
Después fue Papá Noel en persona quien hizo su aparición, con su bonito traje rojo manchado de hollín.

-¡Buf! -hizo, y con voz de falsete y ceceando: -¡Me he enzuziado todo!

Cuando se dio cuenta de la presencia de Henry, batió palmas.

-¡Oh! ¡El maravilloso nenito! ¡Hola, muchacho!

-Hola, Papá Noel...

El pequeño Henry estaba asombrado. No era así como imaginaba a Papá Noel. Este era joven, y más bien amanerado.

-Ven a zentarte en miz rodillitaz... Te daré caramelos.

Papá Noel se había sentado en el reborde de la chimenea. Henry se apresuró a obedecer. Los caramelos estaban muy buenos, y las caricias que los acompañaron dulces, muy dulces...
-¿Dónde eztán tuz papáz? -preguntó Papá Noel con voz insidiosa.

-Mamá está en la montaña y papá duerme en su habitación -dijo seriamente el pequeño Henry.


-¡Muy bien! Entoncez voy a zaludar a tu papá. Acueztate y zé bueno.

A paso de lobo, el hombre de rojo se deslizo en la habitación del papá de Henry.


Sin hacer ruido, se sacó sus grandes botas y se metió en la cama.

El padre, dormido, balbuceó:

-¿Quién está ahí?

-Zoy Papá Noel -dijo Papá Noel. Y lo sodomizó.


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Pastores, venid

David Vivancos Allepuz(España)

Apostado tras un arbusto espinoso, deja un instante el palo en el suelo para formar un cuenco con las manos y calentárselas con su propio aliento. Qué mal está el campo, qué mal, repite para sí. Otro, más fiel a la tradición, también trata de combatir el frío de la noche ejecutando con una quijada de burro golpes dirigidos a un enemigo invisible. El tercer pastor mastica distraídamente una hogaza de pan duro, oculto tras un pedrusco, al otro lado del camino, cuando el que hace de vigía les advierte de que ya se divisan los perfiles de los tres camellos. Llevando a esos excéntricos reyes de Oriente, cargados de riquezas y casi sin séquito. Apenas unos pajes bastante enclenques, tal como habían conseguido sonsacarle, a pedradas y puntapiés, a aquel tipo tan delicado que se les había aparecido, a deshoras, diciendo ser un ángel anunciador de no sabían exactamente qué cosa.



El príncipe heredero


Hunde las púas del tenedor en el roscón de Reyes, corta un pedazo y se lo lleva a la boca. La institutriz lo observa, satisfecha de los progresos del pequeño que ha sabido incluso defenderse con los cubiertos del pescado. De pronto, sus dientecitos tropiezan con algo. El niño se saca de la boca un rey de porcelana embadurnado de cabello de ángel y enseña la sorpresa oculta en el roscón a la familia. Los tíos de Grecia aplauden. La madre coge la figurita, la limpia con la servilleta y se la devuelve con una sonrisa. El padre, con solemnidad impostada y reverencia incluida, ciñe la corona de cartón en la cabeza del pequeño. Todos ríen la ocurrencia. También sus hermanas y los primos. En realidad, todos lo hacen menos el hermano mayor. A él el asunto no le ha hecho ni pizca de gracia.


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Contracuento de Navidad

Juan Yanes (España)

El escritor de cuentos se puso a escribir un cuento de navidad, pero entre el papel y sus ojos se deslizó la imagen de los niños bombardeados por Israel en Gaza. ¡Así no se puede escribir un cuento de Navidad!, dijo en voz alta, mientras hacía una pelota con el papel en el que había garabateado algunas palabras y la tiró a la papelera. Intentó comenzar de nuevo, pero en lugar de los ojos de terror de los niños palestinos, se le coló en la retina el sórdido tumulto de los que rebuscan comida en la oscuridad de todos los días, en los cubos de basura de los grandes almacenes. Pudo escuchar, incluso, una suerte de rugidos apagado de cólera, arrebatándose unos a otros los mejores bocados, como si fueran hienas.

¡Joder -dijo y se levantó de la mesa abriendo los brazos en un gesto de impotencia-, así no hay manera de escribir nada! Se dio un paseo por la casa y se sentó frente al televisor, para distraerse. Ponían un reportaje de la gente que malviven entre dos y tres fuegos cruzados en Alepo, en Azaz, en Damasco, en Homs, en todas y cada una de las ciudades bombardeadas de Siria. Después, como si la televisión fuera un autómata, se puso a hablar de los parados -debe ser el Informe Semanal o uno de esos resúmenes que tanto le gusta hacer a los periodistas en estas fechas, pensó el escritor de cuentos. La televisión, como enloquecida, siguió hablando de la gente desahuciada de sus viviendas, del aumento de los suicidios entre la población sin recursos, de los viejos que cobran 400 euros al mes, de los que duermen sobre cartones, de las personas que hacen cola en los comedores sociales, del hambre el mundo, de la gente que viven en campos de refugiados, de las maquiladoras, del trabajo esclavo, del trabajo infantil, del feminicidio de Ciudad Juárez, de las víctimas de las mafias de la prostitución, de la homofobia, de los espaldas mojadas, de los cayucos, de los muros, de las alambradas, del racismo, de las cárceles secretas, de los guantánamos, de la intolerancia, de la marginación...

El escritor de cuentos empezó a sentir que se hundía cada vez más en el sillón hasta que decidió no escribir ningún cuento de navidad. Se levantó y antes de maldecir a gritos estas fiestas tan entrañables y toda la hipocresía y el cinismo del mundo, abrió la ventana y, en un gesto teatral, tiró a la calle el árbol de Papá Noel que, al caer, describió una parábola luminosa y efímera contra el cielo de la ciudad, como si fuera un cometa herido antes de hacerse añicos en el suelo.


Cuento escatológico de Navidad


Toda la familia habíamos pasado ya a mejor vida y domiciliado nuestra residencia en las Calderas de Pepe Botero, o sea, en el infierno (a excepción de tres o cuatro meapilas que se empeñaron en ir al cielo). Manteníamos, sin embargo, la costumbre de reuníamos con los que quedaba vivos de la familia a cenar el día de Navidad. Lo de cenar es un decir, porque nosotros al ser una especie de espectros, o fantasmas, o espíritus, o almas en pena, no teníamos propiamente un sistema digestivo como Dios manda, así que daba igual que comiéramos o no. Con el paso de los años habíamos perdido, además, la dentadura, con lo cual en el hipotético caso de que tuviéramos un mondongo rudimentario, no podríamos masticar nada. Nuestros deudos se afanaban en preparar unas comilonas gigantescas como si fuéramos un batallón de muertos hambriento, que luego, supongo, llevarían a algún comedor de beneficencia o a alguna ONG. Mi interés por asistir a la cena era puramente intelectual, así que procuraba sentarme junta a una sobrina mía que quitaba el hipo y la dejaba que me preguntara todo lo que le diera la gana. Por ejemplo en la última cena me espetó:

—Tito, ¿en el infierno hacéis el amor?

—Pero qué cosas preguntas, criatura. En todas partes se hace lo que se puede, pero nuestra condición de occisos, o sea, de fiambres nos impone ciertas de limitaciones de tipo mecánico, que no voy a detallar, de modo tal que hacer el amor no deja de ser una forma alegórica de hablar.

—O sea, que no hacéis el amor.

—Ni por el forro.


*

Uno de Año Nuevo

El crujido de la seda V

Lilian Elphick (Chile)

Los harapientos conversan en una esquina. El gentío repleta la gran avenida. Hay luces multicolores, música, pantallas gigantes, serpentinas. Un animador vestido de esmoquin avisa que sólo quedan tres minutos. Todos gritan y alzan sus botellas de champaña.

-Por aquí debe andar Godoy.

-Mira, ahí está.

-¿Dónde?

-Ése de ahí, ése. El que le está mirando las tetas a la rubia. El de gorro frigio.

-¿Gorro qué?

-¡Ja! ¡Me crees todo lo que digo!

-Claro que te creo. Si el jetón nos pilla...

- Y si nos pilla, ¿qué? Me cansé de andar arrancando.

-Eres huevón al cuadrado. Te dije que botaras el pañuelo, pero no, tenías que guardarlo como si fuera una joya. Deshazte de él antes de que termine este año.

-Ni cagando. Es mío, mío, mío. Me hace dormir, me abriga, me protege. Y cruje cuando tiene que crujir.

-En todo caso, dicen que el mundo se va a acabar y si el mundo se acaba, Godoy también.

-Y nosotros. Aunque me imagino que si escondo bien el pañuelo puede resistir la peste y los bombazos.

-Tonto. Es lo primero que se va a quemar. Y yo voy a estar feliz porque ese trapo nos ha traído puras desgracias.

-Ya, cállate. Falta poco.

-¿Nos darán algo esta noche?

-No.

-Otro año, compadre.

- Otro. 


Todo El crujido de la seda.